La hormona del crecimiento se produce durante toda la vida, pero con la edad disminuye su concentración en la sangre. El IGF-I es la hormona que se encarga de producir los numerosos efectos de la hormona del crecimiento, sirve para demostrar sus efectos.


Su primer efecto descrito, es el aumento del crecimiento en altura, por lo que se le llamó "hormona de crecimiento", pero además, estimula la reproducción celular, incluidas las células óseas, y acelera la formación de proteínas; también influye en el metabolismo de las grasas y los azúcares y tiene influencia sobre la mente.
En la edad infantil, las causas más conocidas son las hereditarias y en otros casos se deben a lesiones de la hipófisis, bien durante el parto o por aparición de tumores hipofisarios que afectan las células que producen hormonas del crecimiento, por traumatismos, cirugía hipofisaria y/o radioterapia.
El principal efecto de la hormona del crecimiento en los niños es la aceleración del crecimiento en altura; si existe carencia en un niño, se produce un trastorno considerable del crecimiento, denominado enanismo, con una talla muy por debajo de lo normal.
Durante la pubertad, además de su efecto sobre el crecimiento de la estatura, tiene una repercusión sobre la calidad de los huesos del esqueleto y en la edad adulta, la hormona del crecimiento tiene efectos importantes sobre el metabolismo de las proteínas, las grasas y los azúcares, siendo responsable de la composición corporal -músculos, huesos, grasa corporal y agua-.
La hormona del crecimiento influye en la composición del organismo, aumentando la masa magra -músculos, hueso, agua- y disminuyendo la masa grasa y el tejido adiposo y su efecto sobre el cerebro es claro, mejorando el metabolismo cerebral.
En la edad adulta, la deficiencia de la hormona del crecimiento se manifiesta alterando la composición corporal, reduciendo la masa muscular, la fuerza muscular y la capacidad de ejercicio, disminuyendo la densidad mineral ósea, aumentando la grasa corporal, localizado en la zona abdominal, siendo además frecuente la sensación de malestar y alteraciones de la personalidad, como depresión, irritabilidad, dificultad de comunicación con el entorno o trastornos de la líbido entre otros.
La calidad de vida disminuye y los adultos que sufren un déficit de la hormona del crecimiento se quejan de desánimo, cansancio y falta de dinamismo, tendiendo hacia la depresión y el aislamiento social; en estos pacientes existe una reducción de la esperanza de vida relacionada con problemas cardiovasculares, como infarto o trombosis.
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