El problema surge cuando estas peleas son habituales, en este caso las consecuencias pueden ser negativas.
Los niños tienen la capacidad de interpretar los movimientos del cuerpo, el tono de la voz, las miradas y los diferentes matices de una conversación. Si bien puede pasar que no entiendas con exactitud las palabras, el lenguaje corporal es fácilmente entendible desde muy pequeños.


El enfado y su reconciliación, las quejas, la falta de concordancia o la comunicación son sentimientos que pueden surgir en una vida familiar. Todo esto suele pasar en todos los hogares, pero la forma de resolver los problemas marcará la diferencia entre un ambiente familiar y el otro.
En algunas familias, la forma de relacionarse es violenta. En estos casos es donde se hacen presentes los gritos y la falta de diálogo. Los niños que viven en estos ambientes suelen tener problemas a la hora de reflexionar y el trato con los demás puede que no sea del todo bueno. Pero si no existe un conflicto verdadero puede ser que no termine con un traumatismo psicológico.
Pero, lo más peligroso para los pequeños, lo que es más perjudicial, es que exista un problema real no resuelto, por más que el conflicto sea latente o que emerja a la superficie.
Cada una de las peleas demuestra una fragilidad en la relación de pareja, manifiesta que los proyectos de una vida en común pueden volverse frágiles y que las discusiones son destructivas. Ante todo esto, habría que sentarse a reflexionar y tratar de acercar posiciones con objeto de arreglar las cosas.
Es necesario evitar que los niños, por las peleas de los adultos , tengan sentimientos de culpabilidad, es lo que ocurre en muchas ocasiones cuando se sienten parte de un conflicto no resuelto.
Otros niños prefieren evadirse de la realidad, una forma de rechazar la situación de su familia tomando conductas evasivas.
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