

Desde que el pequeño nace se va acostumbrando a estar en compañía de diferentes personas que no sean sus padreas. Otros familiares, los vecinos o las amistades de la familia van enriqueciendo con sus visitas el carácter del niño. Sin embargo, la necesidad de estar en compañía de sus progenitores es real y no implica un mero capricho.
Distintos psicólogos y sociólogos han estudiado el comportamiento de los más pequeños desde su nacimiento y concluyen que no es positivo que un niño de muy corta edad entre en contacto con sus pares, porque puede producirse una confusión emocional y el proceso de socialización no se concreta, ya que los más chicos tienden a ser muy individualistas mientras se conocen a sí mismos, lo cual está bien.
La edad más adecuada para que una criatura comience a relacionarse con otros niños es, como mínimo, a los tres años. Es que a partir de esa edad el pequeño va madurando ciertos aspectos emocionales que lo llevan a no ser ciento por ciento dependiente de su papá o su mamá. Entonces es allí cuando comienza el verdadero proceso de socialización, ya sea en un parque, una guardería, un jardín de infantes u otros sitios similares.
El niño estará preparado para socializar cuando ya se haya conocido a sí mismo. De este modo podrá mantener su estima en alto y podrá armar sus propios lazos con los demás chicos que tengan los mismos gustos o intereses. Así será él mismo quien decida con quien prefiere jugar, compartir un juguete o relacionarse.
Entonces tiene que quedar bien en claro: no hay que apurar ni presionar al pequeño para que comience el proceso de socialización, porque el niño debe tomarse su tiempo para aprender a estar con sus padres, para luego ir gradualmente soltando algunos lazos emocionales en el camino de la vida.
Imagen con licencia CC